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Historia

Descubre la historia detrás del camino

Conoce el Camino de San Vicente Mártir

 

En el año 2004 se conmemoró el 1700 aniversario del martirio y muerte de San Vicente Mártir.

Es el más célebre de los mártires hispánicos antiguos. Así pues, la afluencia de peregrinos en Valencia a partir del siglo IV, año 304 d. C. fue masiva, siendo las peregrinaciones cristianas más antiguas de España.

Su repercusión fue mundial irradiada desde Valencia.

Permaneció activo el culto cristiano, en la Basílica Sepulcral de San Vicente de la Roqueta, durante la ocupación musulmana, siendo su culto respetado, antes y durante la formación del Reino de Valencia, hasta nuestros días, precediendo en 600 años las peregrinaciones a las del conocido Camino de Santiago, que empezó a florecer en el siglo XII.

A San Vicente le tocó padecer la última, la que decretaron Diocleciano (año 303) y Maximiano Augusto (año 304) en Hispania, con la rabia de quienes se veían impotentes para frenar la implantación definitiva del cristianismo. Su martirio en el año 304 (y con seguridad antes de mayo del 305), fue como el broche final de las persecuciones, puesto que en el 311 Galerio proclamó el “edicto de tolerancia” y en el 313 con el edicto de Milán llegó la “paz cristiana” decretada por el emperador Constantino.

Según las crónicas, los padres de Vicente, Eutiquio y Enola, eran cristianos y lo entregaron al Obispo Valero, de Caesaraugusta (Zaragoza) para que se encargara de su educación. Fue nombrado Diácono, acompañando al obispo en sus sermones, pues parece ser que San Valero tenía un grave defecto en el habla.

Daciano, “praeses romano” (praeside o “presidente” de provincia romana) gobernador en Hispania, que se distinguió especialmente por la dureza y crueldad con que aplicaba los decretos imperiales contra los cristianos, los mandó apresar en Zaragoza ordenando que los trajeran a Valentia (Valencia).

San Vicente Mártir, (Vincentius, según la liturgia) a quien se le tiene por nacido o bautizado, según la tradición, en Osca (Huesca), a finales del siglo III d. C. Algunos autores sitúan su nacimiento en Zaragoza e incluso otros en Valencia.

Nació el Santo en las últimas décadas de las persecuciones contra el cristianismo, que se había ido extendiendo, imparable, por toda Europa.

Desde Nerón hasta Constantino, los cristianos sufrieron una serie de persecuciones que revistieron un carácter más o menos general, bajo el mandato de los emperadores romanos: Nerón y Domiciano, a fines del siglo I; siguieron Trajano, Marco Aurelio, Valeriano, Decio, y la tetrarquía de Diocleciano-Galerio y Maximiano Augusto-Constancio Cloro, en el curso de los siglos III-IV.

Antes de entrar en la ciudad los ataron a una columna en la posada donde pernoctaron y después los encarcelaron con privación de alimentos y con gruesas cadenas que apenas con manos y argolla al cuello podían soportar. Los sometieron a juicio, los ultrajaron y maltrataron, pero San Valero que era ya anciano, fue desterrado, quedándose Vicente para enfrentarse al implacable Daciano, quien desplegó todo su furor contra el joven. Se estima la edad de Vicente en unos 25 años.

Martirio

Las torturas aplicadas a San Vicente se sucedieron de forma múltiple y cruenta, por no abjurar de la fe cristiana, que en realidad era lo que pretendía Daciano. Pero la fortaleza de Vicente en la fe le hizo superar con entereza todos los suplicios: fue azotado, se le sometió al ecúleo, catasta (cruz en aspa o potro), para descoyuntarle los miembros, le descarnaron con raederas o garfios, hasta descubrir sus entrañas.

Finalmente, viendo que no renegaba de su fe, lo sometieron al mayor grado de tortura en la ley romana “tortura legítima”: el fuego. Aplicaban contra su pecho láminas de metal ardientes, exponiéndolo al calor de las brasas, sobre una parrilla con puntas hacia arriba, no al fuego de la llama, que le hubiera producido una muerte más rápida. Echaban sal sobre las ascuas, que salpicaban chispas como dardos sobre sus miembros, para que el suplicio fuera mayor, no quedando ninguna parte sana en su cuerpo.

Lo echaron en un calabozo pequeño, profundo y tenebroso, lleno de tiestos rotos, para que no pudiera descansar, atado con cadenas y sujetos los pies a una tabla, para que no hallara postura cómoda y muriera en la más absoluta oscuridad y sin consuelo de nadie. Al poco, ocurrió un prodigio: la mazmorra se iluminó con resplandeciente luz, el Santo estaba acompañado y reconfortado por ángeles, cantando un Salmo al Señor. Se habían aflojado sus cadenas, y los tiestos rotos se habían convertido en lecho de paja. El guardián que, oyendo los cánticos, miraba por una rendija se convirtió al cristianismo.

Corrieron los guardianes a contárselo a Daciano quien, aterrado, pálido y tembloroso, mandó colocarlo sobre un blando lecho, diciendo: “¿Y qué más podemos hacer? Si ya estamos derrotados! (sic. “Pasión de San Vicente”), al ser acostado el Santo en la cama, expiró. Fue el 22 de enero del año 304.

La maldad y la rabia de Daciano, desataron su venganza ya que no lo había dominado vivo, quiso ensañarse con él incluso después de muerto, para que los cristianos no lo pudieran enterrar y venerar como un santo. Mandó arrastrar su cadáver por la Vía Augusta (hoy calle de San Vicente Mártir) y echarlo a las afueras de la amurallada Ciudad, en un muladar, un descampado junto a un lugar pantanoso, donde echaban los animales muertos, para que fuera devorado por aves carroñeras y perros salvajes, pero un cuervo no dejaba que se acercaran las alimañas al cadáver, espantándolos, llegando la noticia de este hecho al gobernador.

En Valencia se construyó una Ermita en el muladar, conmemorativa del lugar donde echaron su cuerpo. Actualmente es Parroquia de San Vicente Mártir.

Enterado Daciano, lleno de cólera, mandó meterlo dentro de un saco de esparto y atado a una rueda de molino ordenó que fuera echado en alta mar. (Por ello, popularmente, el pueblo en Idioma Valenciano, le llama Sant Vicent de la Roda). Ejecutó la orden un sicario fiel del gobernador, hombre de espíritu malvado llamado Eumorfio quien, adentrándose con un barco en alta mar, tan lejos que perdieron de vista la costa, lo echaron por la borda. Y cuando volvían alegres, gritando alborozados porque habían hecho desaparecer a San Vicente de la vista de los hombres, a pesar de que eran marineros y remeros muy robustos, se les había adelantado el cuerpo del mártir -milagrosamente- devuelto por el mar a la costa.

Un hombre de fe auténtica, en un éxtasis, tuvo conocimiento del lugar de la playa en que yacía. Pero cuando se dirigía hacia allí, encontró a una anciana viuda llamada Jónica, que había recibido la misma revelación en sueños. El cuerpo de San Vicente apareció medio enterrado en la arena de una playa de Cullera, en un paraje conocido como la Font Santa. Lo escondieron dándole sepultura, provisionalmente, en espera de tiempos mejores. En Cullera (Valencia) hay una Ermita dedicada a San Vicente Mártir.

El nombre del diácono “Vincentius” significa vencedor, y así lo demostró con su martirio, siendo uno de los más insignes de la Cristiandad en occidente, junto con los otros dos diáconos y mártires: San Esteban en oriente (significa corona) y San Lorenzo en Roma (significa laurel).

Basílica, sepulcro y reliquia.

A partir del año 313 (edicto de Milán) se colocó el cuerpo de San Vicente Mártir en un mausoleo o “martyrium” a las afueras de la ciudad en el lugar llamado La Roqueta, junto a la Vía Augusta y sobre él se construyó la Basílica Sepulcral de San Vicente Mártir (Parroquia de Cristo Rey) considerada la “ecclesia mater Valentia”, primera catedral de esta ciudad, siendo Patrón el mártir desde tiempo inmemorial.

La Basílica tuvo que ser, con seguridad, coetánea a la de San Juan de Letrán, en Roma (madre y cabeza de todas las iglesias del mundo cristiano), ya que ésta fue consagrada el 9 de noviembre del año 324 por el papa San Silvestre I, y la valenciana, como hemos dicho, se construyó a partir del año 313.

Los arqueólogos consideran con bastante certeza que, bajo el Conjunto de La Roqueta, se encuentran los cimientos del primitivo templo constantiniano, (llamado así por estar edificado en época del emperador Constantino).

El Conjunto de la Roqueta (Basílica y Monasterio colindante), fue declarado Monumento Histórico Artístico Nacional en 1978.

Se conserva el sepulcro original de mármol, de fines del s. IV, en el Museo de Bellas Artes “San Pío V” (Valencia). Eminentes historiadores y críticos de arte lo han atribuido a que fuera el propio de San Vicente. En la Roqueta existe una réplica exacta.

La reliquia más importante que posee Valencia es el brazo izquierdo del Santo, que puede visitarse en la Girola de la Catedral de Valencia, a espaldas del altar mayor. Otras reliquias menores están distribuidas por todo el mundo cristiano.

Un estudio científico-médico efectuado por el equipo de grandes quemados del Hospital “La Fe” de Valencia, sobre la reliquia del brazo izquierdo del mártir fue publicado en 1994: “La mano del Santo” y en él se apunta la hipótesis de que el martirio pudo durar entre 9 y 12 días.

Con referencia al cuerpo de San Vicente, se constata que permaneció en el lugar de la Roqueta, hasta el año 1.143 según una carta/documento que lo menciona. La teoría más creíble es (según estudios del Rvdo. D. Vicente Castell Maiques), que siga enterrado en el subsuelo del Conjunto de la Roqueta, aunque hay varias hipótesis que apuntan a lugares tan dispares como Portugal, Francia o Italia. Todo depende de que salgan a la luz nuevos documentos o de las excavaciones arqueológicas.

BIBLIOGRAFÍA

El relato del proceso martirial de San Vicente, lo hemos basado en testimonios de fuentes antiguas, coetáneas al santo:

El más antiguo de ellos “Pasión de San Vicente”, relato anónimo, con seguridad del siglo IV, hacia el año 390, (aunque algunas partes, excepto el final, pueden ser anteriores). El narrador se basó en testimonios orales fidedignos, transmitidos por los cristianos, pues se supone que Daciano (ejecutor y torturador) haría desaparecer las Actas oficiales (a pesar de estar bien puntuadas con ápices), para ocultar su derrota ante el mártir.

El “Peristéphanon” o Libro de las Coronas, de Aurelio Prudencio Clemente, poeta coetáneo, en versos latinos (nacido en Calahorra en el año 348), que describe con todo detalle el juicio y martirio de San Vicente en el Himno V.

Los sermones de San Agustín (s. V, entre el 410 y 419), leídos en todas las iglesias el día de su festividad.

Estas tres obras se divulgaron por todo el orbe cristiano, bajo la influencia de muy diversos factores. Posteriormente, en la época medieval, otro relato “La leyenda Aurea” de Jacobo de la Vorágine, se difundió reavivando más, si cabe, el recuerdo del mártir aunque esta obra, como su título indica, era más adornada y legendaria.

Documento importante: BHL 8638, Biblioteca Hagiográfica Latina.

La bibliografía actual es innumerable, el libro “La mano del Santo” está agotado.

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